Texto: David Soler y Soraya Aybar. Fotografías: Pablo Garrigós
En 2018, Eduard descubrió que su vida iba a cambiar para siempre. Cuatro años después, sigue viviendo en su casa, con sus animales y su familia, porque desconoce cuándo tendrá que salir de ahí. “La primera vez que vinieron, demarcaron la zona y evaluaron por dónde iba a pasar la tubería de petróleo. A 30 metros de la puerta de mi casa”, nos cuenta mientras pasea por las inmediaciones de su hogar.
Eduard vive en la localidad de Kidoma, a escasos kilómetros de la futura refinería de Kabale, la casilla de salida del Oleoducto de Crudo de África Oriental (EACOP, por sus siglas en inglés), y del aeropuerto internacional de Hoima. Como muchos otros, la primera vez que escuchó hablar sobre la propuesta del proyecto petrolífero, la sintió como un soplo de aire fresco. Tenía esperanza. Hoy, su percepción ha cambiado. “No esperaba esa compensación económica. Nos ofrecieron seis millones de chelines ugandeses por acre, pero ahora, con la subida del precio de las tierras, no podemos comprar un terreno en esta zona”, apuntó.
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