En Kenia, las protestas mortales siguen siendo forma de conseguir concesiones décadas después

Entre 2007 y 2008, 1.333 personas murieron y 650.000 fueron desplazadas en Kenia tras las protestas poselectorales. El perdedor era Raila Odinga. Días después entraba en un gobierno de coalición. Seis años más tarde, en total hubo unas 300 muertes en torno al ciclo electoral. El perdedor volvía a ser Odinga. En 2017, la justicia anuló la victoria electoral de Uhuru Kenyatta y mandó repetir las elecciones. En total, 92 personas murieron en protestas entre ambas votaciones. Odinga perdió la primera y boicoteó la segunda votación.

En agosto de 2022, Odinga volvió a perder en su quinta intentona con 77 años y parecía haber aprendido: ve a la justicia. Esta vez la justicia no le dio la razón como cinco años atrás pero este parecía entrar en razón: si se pierde, se pierde. Pero parece ser que no: siete meses después, tres personas han tenido que morir y 400 irse heridas en tres grandes protestas de la oposición.

Odinga ha vuelto a conseguir en semana y media lo que siempre ha querido cuando ha perdido: liarla en la calle para conseguir concesiones del poder. Tres muertos y una terrible imagen del país a cambio de una comisión mixta en el parlamento, eso ha conseguido de Ruto. Odinga ha lamentado diciendo que no quería esto, pero ha vuelto a pasar..

El opositor consiguió utilizar el descontento general por una inflación del 9,2% en febrero que ha provocado que el coste de vida no pare de aumentar para movilizar a miles de personas. En realidad, a Odinga lo que más le importaba no era eso, sino el tejemaneje para designar los miembros de la comisión electoral que son los que acabarían decidiendo si gana unas próximas elecciones en 2027, donde tendría ya 83 años. En las del año pasado, cuatro de los siete oficiales se desmarcaron del recuento que dio la victoria a Ruto con el 50,5%, pero como no lo hizo el presidente de la comisión electoral, Wafula Chebukati, la decisión se mantuvo a pesar de haber menos de la mitad a favor.

El acercamiento Odinga-Ruto puede verse con positivismo: cada vez les cuesta menos a las élites llegar a acuerdos. Ahora, también es un síntoma preocupante que para llegar a acuerdos entre gobierno y oposición sigan teniendo que haber muertos en las calles del país que se considera el polo de estabilidad del este de África.

No sería justo culpar solo a Odinga de que esto siempre ocurra, como tampoco lo sería hacerlo con el gobierno a pesar de declarar las protestas ‘ilegal’ y utilizar la represión de las fuerzas de seguridad. En mi tesina de máster hablé de cómo la descentralización de 2013 ha abierto el poder político y reducido la tensión en torno a las elecciones, pero estas protestas muestran que el poder sigue demasiado centralizado en manos del presidente y hay poco espacio para una oposición sana.

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